Mi opinión sobre "Frankenstein" de Guillermo del Toro
- Sheilla J. Melchor

- 24 nov
- 3 Min. de lectura
Actualizado: hace 2 días
Vi la nueva versión de Frankenstein de Guillermo del Toro con muchas dudas. Pensé que estaba por ver una profanación de un clásico literario, pero terminé sorprendiéndome más de lo esperado.
Nunca he sido fan de Del Toro, pero esta película sí la volvería a ver.
Datos clave: La película tuvo un estreno limitado en cines el 17 de octubre de 2025 en algunos países y llegó a ciertas salas el 23 de octubre, antes de su lanzamiento global en Netflix el 7 de noviembre de 2025. Este estreno híbrido permitió que el filme se apreciara tanto en la gran pantalla como en streaming, una estrategia poco común pero efectiva para este tipo de producciones.

En esta adaptación, Elizabeth no está vinculada sentimentalmente a Víctor, lo cual se aleja del libro original. Por eso, resulta llamativo que Del Toro le otorgue un rol más maternal respecto a la criatura. Personalmente, no me agradó ese enfoque: en la novela, Elizabeth y el monstruo casi no interactúan y su encuentro es breve y trágico, mientras que aquí se crea un vínculo que cambia la lectura emocional del relato.
En la película, la criatura no busca venganza por celos ni por una relación amorosa inexistente entre Elizabeth y Víctor. Su conflicto nace más bien de su propia naturaleza: un ser arrojado al mundo sin comprensión, guía ni propósito. La criatura anhela entendimiento, compañía y un lugar en la existencia; su frustración proviene del rechazo constante y de la ausencia de alguien que le brinde un sentido, no de la negativa de Víctor a crearle una compañera, como ocurre en el libro.
En la novela siempre me ha costado empatizar con él. Aunque aprende a leer, hablar y reflexionar, sigue siendo un ser repulsivo y perturbador. Pero Del Toro opta por lo contrario: lo presenta más frágil, más sensible y emocionalmente expuesto.

La criatura duda, sufre, piensa y siente, y aunque carece de humanidad —e incluso podríamos decir que de alma— está viva, y no es responsable de la monstruosidad que el mundo ve en él. Aun así, romantizarlo no parece la solución. Sigue siendo una figura casi espectral, un cuerpo resucitado en contra de su voluntad, un ensamblaje de vidas fragmentadas obligado a existir en un cuerpo que no pidió.
Jacob Elordi sorprende con una interpretación intensa y profundamente humana: su criatura no es solo un conjunto de partes unidas, sino un ser que lucha desesperadamente por entender su lugar en el mundo.
Oscar Isaac, por su parte, encarna a un Víctor Frankenstein consumido por la obsesión y la culpa. Su desequilibrio inicial puede descolocar, pero termina construyendo un retrato fiel de un científico que pierde el control de aquello que creó.
El final, como corresponde a la esencia del mito, es trágico y devastador. Víctor muere, y la criatura lo enfrenta no desde la furia sino desde una mezcla de comprensión, dolor y resignación. No se trata de una redención literal, pero sí de un gesto de humanidad que evidencia la ironía central: el ser considerado monstruoso es el único capaz de una compasión verdadera. Él entiende que su destino está marcado por la soledad y que no existe un lugar para él en el mundo de los vivos.
Muchos ya mencionan posibles nominaciones para Jacob Elordi y el elenco, y no me parece exagerado. Elordi, acostumbrado a papeles más comerciales, demuestra aquí que tiene la madurez y la profundidad necesarias para roles complejos. Del Toro consigue sacar lo mejor de él, consolidando una película que mezcla terror, sensibilidad y reflexión.
Larga vida a Frankenstein.



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