EL COLOR DE LA PIEL
- Sheilla J. Melchor
- 9 jun 2023
- 4 Min. de lectura
En el Perú existe mucho racismo, pese a que somos un país pluricultural. Es bastante común ver casos de discriminación por el color de la piel, orientación sexual, apariencia física, costumbres, nivel socioeconómico, entre otros. En nuestra sociedad un 50% de personas es considerada racista pero irónicamente solo el 8% se perciben asimismo como tal. Tal vez por eso utilizar calificativos excluyentes y ofensivos nos pueden parecer algo muy normal y cotidiano, como le paso a Sofía algunos años atrás.
Sofía bajo del avión que la traía de Colombia. Eran aproximadamente las dos y media de una tarde de junio del 2017. Ella y su compañero regresaban de un viaje de trabajo, estaban bastantes contentos porque tenían buen material para el programa. Conversaban entusiasmados entre el bullicio de la gente.
Siguieron su camino por el siempre abarrotado aeropuerto Jorge Chávez. La gente pasaba con sus maletas entre murmullos y risas, algunos regresaban al país luego de muchos. Sofía conocía el aeropuerto muy bien, no era la primera vez que viajaba, su trabajo como periodista le ha dado la oportunidad de conocer otros países. Siguió la ruta hacia migraciones, donde deben presentarse todos aquellos que regresan al Perú. Caminaba confiada, recordando pasajes alegres de su estadía en Cali. Sofía es una joven mujer afroperuana, difícilmente pasa desapercibida a donde va. Además, es activista por los derechos de su comunidad.
Al llegar al módulo de migraciones, la fila no era muy larga. Le tocaría ser atendida por un funcionario de 50 años aproximadamente, de rasgos mestizos. Su amigo iba atrás de ella, ambos pacientes, no llevaban prisa alguna. Extendió el brazo para entregar los documentos, le sellaron el pasaporte sin mayor problema. Segundos más tarde notó que había olvidado una de sus pertenencias, regresó por ella un poco atareada, pues no quería causar demoras en el área. Recogió sus cosas y avanzó. El funcionario la miró y con una sonrisa burlona le dijo: ¿Qué pasa? Seguro ya no piensas porque ya pasamos del mediodía.
Después de unos segundos de no creer lo que escuchaba se preguntó si el hombre hablaba en serio. Le preguntó: ¿qué me dijo? Y él repitió sus palabras desafiantemente. Ella aún pasmada, solo atinó a responderle: ¿qué significa eso? El hombre replicó: ¿no eres periodista? averígualo, pues. No era la primera vez que recibía este tipo de comentarios. Pero se quedó callada, sin defenderse. Nadie lo hizo. Se sintió triste, avergonzada, humillada. Su amigo tampoco tuvo reacción alguna. Nadie presentó ningún reclamo en el momento. Salió del aeropuerto, pero la sensación de impotencia y rabia la invadió.
Todo el camino revivía la escena en su cabeza. Sabía que debió hacer algo, defenderse o quejarse, pero no pudo. La situación la tomó por sorpresa, quedó en shock. Solo atinó a llorar en la intimidad de su habitación.
La mañana siguiente, no conversó del tema con nadie. No se sentía preparada. Acudió a su centro de trabajos y aún con el ánimo decaído condujo el programa sin referirse al tema. Tuvieron que pasar días para que se sintiera con fuerzas para denunciar lo ocurrido. Fue gracias a su amigo que presenció el hecho que se armó de valor para hablar del tema y hacerlo público. Requirió apoyo emocional de otros activistas.
Lo que siguió a continuación fue que la denuncia se hizo pública, llegó a oídos de la Superintendencia Nacional de Migraciones quienes tomaron medidas sancionadoras. Horas después, algunas personas empezaran a cuestionarla y calificarla de exagerada en las redes sociales. Muchos le decían que solo era una broma, que no debía hacer tanto problema por un comentario como ese. Pero ella siguió firme.
Pero la realidad es que el alcance que tuvo Sofía fue gracias al apoyo de sus compañeros en el canal. Pese a que ella era en ese momento activista social no tuvo la reacción inmediata ante un calificativo que la hizo sentir denigrada. En el Perú un 31% de personas han sido discriminación en lugares públicos, según estadísticas del Observatorio Nacional. Pero no todos tienen los medios para hacer visible este tipo de comportamientos, como es el caso de José, quien vivió una experiencia desagradable años atrás, durante su adolescencia.
Era la primera vez que pisaba un estudio de televisión, sin imaginar que años más tarde se dedicaría al periodismo. Con tan solo 15 años, presenciaría la emisión de uno de sus programas favoritos. Su colegio había sido invitado para formar parte del público y todos los adolescentes de su curso estaban entusiasmados. Una mujer de contextura gruesa y cabello ondulado los hizo ingresar, quedaron sorprendidos con las luces y cámaras. El estudio era grande y mucha gente se preparaba para salir al aire. Poco a poco la gente se iba acomodando en la tribuna, él se sentó en la segunda fila, todos reían y prestaban atención a las primeras indicaciones.
La gente se empezaba a animar más y más. La mujer que ordenaba al público continuaba recibiendo más chicos y empezó a reorganizarlo. Tal vez por estatura pensó José. De cualquier modo, él no era muy alto. La gente empezaba a gritar, el conductor hizo su aparición. Prevenidos decía un hombre con auriculares, indicando que faltaban pocos minutos para empezar. La mujer volteó a ver a los asistentes, hizo un rápido repaso por todas las filas, y señalando hacia José gritó a voz en cuello: “Tú, el moreno. ¡Para arriba!”.
En ese momento, se sintió avergonzado. No entendía lo que pasaba, no había hecho nada. Simplemente estaba parado en un lugar que no parecía estar reservado para alguien en particular. Pronto entendió que su apariencia era lo que incomodaba, su color de piel. La mujer del público lo dirigió hacia unas de las ultimas filas, donde permaneció todo el programa, lejos de sus amigos y de las cámaras. Se sintió discriminado, aunque no dijo nada. Tal vez porque estas escenas de racismo son tan cotidianas que muchas veces cuando alguien reclama, lo acusan de exagerado. Y en otras ocasiones son situaciones tan sutiles que pasan inadvertidas. Sin que nadie haga ni diga nada.

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