LA AUSENCIA DEL PADRE
- Sheilla J. Melchor
- 9 jun 2023
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 3 abr 2024
Es una tarde fría de mediados de año. La intensa humedad de Villa el Salvador le perfora los pulmones ya debilitados por las secuelas de la Covid-19. Orlando Díaz inicia la jornada como reciclador con un vaso de quinua y dos panes con torreja para tener energía hasta la noche. Se aleja de su barrio pedaleando su viejo triciclo, atrás queda su casa de dos pisos de color crema, esa que su padre pintó evidenciando de que equipo era hincha. A él lo perdió el año pasado por culpa de la pandemia y pese a sus 42 años le hace falta a diario.
La ruta de hoy lo lleva a recorrer las calles de la avenida Separadora Industrial. Cada día tiene que dedicarse a abrir bolsas y bolsas de basura en busca del preciado material reciclable, ante las miradas recelosas de algunos transeúntes. Sus dedos con cayos y algunos cortes evidencian que lleva algún tiempo en este oficio. Pese a que meses atrás no quería salir a trabajar, luego de que su familia contrajera el virus de la covid-19. Un gran temor se apodero de él y lo mantuvo en pausa por un buen tiempo. Aún hay días en que se siente desganado y sumido en una gran tristeza.
Al termino de cada jornada, regresa a su casa al anochecer. Allí lo esperan Eliza, su madre de 68 años y sus hermanos Javier y Noelia. En un rincón de la sala, su madre mira las noticias, otro caso de asesinato a sueldo se anuncia en la pantalla. Sus hermanos están en sus habitaciones, no tiene mayor interacción con ellos algunas noches. Observa el comedor vacío, donde antes lo habría esperado sentado su padre, preparado para largas conversaciones sobre política o algún chisme de oficina. Ahora en su lugar de la cabecera, la silla vacía es testigo de su llegada. Cada rincón de esa casa tiene viva la imagen de su padre y le recuerdan aquellos terribles días del año pasado.
Al inicio, luego de su recuperación no quería ni siquiera salir a trabajar. Un amigo le ofreció un trabajo como notificador en la Municipalidad de Chorrillos. Pero él lo rechazó, temía que el contacto con la gente y el caminar largos tramos deterioraría más su salud. Al cabo de unas semanas optó por seguir reciclando. Con todo el temor que sentía al haber estado cercano a la muerte tuvo que armarse de fuerzas e impulsado por el poco efectivo que tenía en sus bolsillos retomo sus labores. El miedo que se apoderaba de él y el recuerdo de su padre lo hacían sentirse deprimido y desganado, como si las fuerzas se les escaparan del cuerpo con cada respiración.
En el patio de su casa, acompañado de su fiel amigo Kike, un perro mestizo de más de 7 años inicia la labor de separar el material que recolectó. Abre las bolsas y vacía su contenido, cartones a un lado, plásticos hacia el otro, algunas latas y unos papeles. El día fue productivo. Decide poner una canción en su desgastado celular, abre YouTube y escribe en el buscador boleros peruanos y selecciona una canción de Lucho Barrios. Una de esas clásicas melodías que escuchaba su padre y que le evocan buenos y nostálgicos recuerdos. Y en medio de la noche helada y un cielo sin estrellas continúa su rutina, acompañado de su mascota y con una taza de cocoa caliente en sus manos.

Comments