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MI MANZANA

  • Foto del escritor: Sheilla J. Melchor
    Sheilla J. Melchor
  • 9 jun 2023
  • 3 Min. de lectura



Cuatro y media de la tarde, es un día soleado. Abro la puerta y siento la brisa marina. En la esquina de mi casa todo luce tranquilo, avanzo unos pasos y doblo a la derecha hacia el jirón Alfonso Ugarte. Por esta zona las calles llevan los nombres de políticos y militares memorables. A lo lejos veo un niño montando una bicicleta de adulto, un hombre que parece ser su padre lo ayuda a mantener el equilibrio. Pasan muy divertidos por mi costado, entre risas y complicidad. Sigo de largo.

A mitad de la calle se encuentra el edificio más moderno de la cuadra, 15 pisos, cada uno con su pequeño balcón en el frontis. Fachada blanca con toques de madera, acceso para silla de ruedas, cochera y cámaras de seguridad. La dirección en letras grandes y plateadas indican que es el número 535. Nadie a la vista, pero conozco el edificio por dentro, lo visite alguna vez solo por curiosidad. Mantengo el paso mientras grabo un audio en mi teléfono y trato de lucir casual.

Hacia mi izquierda, observo en un poste anuncios de animales perdidos que llaman mi atención. Uno de ellos es un perro de raza schnauzer llamado Ugi, es buscado por su familia “ojos grandes y marrones claros”, indica el afiche. Unas casas más adelante puedo los escombros de una casa, cuyo segundo piso se incendió a inicios de la pandemia debido a un corto circuito. Desde entonces no volvió a ser habitada.

La calle no está muy transitada a esta hora. Las ardillas corretean por los cables enredados en lo alto. Las palomas comen de un plato que estaba destinado para los animales callejeros. A medida que me acerco y sienten mis pasos más fuertes, vuelan despavoridas.

Las aves no me agradan mucho, así que agradezco el gesto. Continúo mi camino y doy vuelta en la esquina. 100 metros más por recorrer.

Mientras doblo hacia el jirón Castilla un avión pasa, es bastante común escuchar aviones en la zona, mucho más que verlos debido a que el cielo tiende a estar nublado. Por esta zona la brisa es las intensa, ya que está de cara al mar. Logró escuchar la risa de personas que están en una reunión familiar, el ruido sale de una casita con rejas blancas, que se encuentra en medio de unos edificios. Toda esa cuadra tiene autos estacionados, rojos, blancos y azules. De uno de ellos desmontan varias bicicletas.

Escucho unos pasos muy cerca de mí y hago una pausa en mi grabación. Unos señores de cabello cano pasan conversando junto a mí en un idioma que no reconozco. Unos metros más adelante, un gato me observa desde un balconcito de un tercer piso. Es blanco con naranja, lo saludo y retomo mi grabación. En la esquina, en el cruce con el jirón Salaverry está la pastelería Ítalo, tiene algunos comensales sentados y otros pocos que hacen fila para comprar. El lugar parece acogedor, en la entrada tiene un toldo verde y algunas macetas. Un local italiano que data del año 1972. Un clásico del distrito.

Doblo hacia Salaverry. En esta zona hay más bulla de carros y motos que pasan con frecuencia. Solo un rompemuelle en la intersección los frena. Aquí hay algunas casas a la venta. Es cada vez es más frecuente ver estos letreros, próximos proyectos inmobiliarios. Una lavandería, un restaurante abandonado. En la calle una mujer pasea a su perro, caminan por la vereda haciendo sonar un cascabel.

Acelero el paso y doblo hacia Echenique, mi calle. Paso por el edificio azul de ochos pisos donde antes solía vivir. Lo observo, siempre hay guardianes nuevos. No veo a ningún vecino conocido. Un vehículo de serenazgo pasa casi desapercibido. La alarma de un auto que va en retroceso rompe el silencio. Paso por un chalet de fachada blanca que tiene un jardín interno muy bien cuidado. Hay niños jugando.

Llego a casa, corto la grabación, miro a ambos lados, saco mi llave y entro al edificio. Afuera quedan el ruido de los autos, las macotas paseando, los niños jugando, la brisa marina y el día soleado.

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