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LA OSCURA VOZ DE KEVIN

  • Foto del escritor: Sheilla J. Melchor
    Sheilla J. Melchor
  • 9 jun 2023
  • 3 Min. de lectura

Es una tarde de primavera en el siempre bohemio jirón de la Unión. La gente camina apresurada entre las imponentes y antiguas casonas, cada cuadra se convierte en el escenario de artistas callejeros. El sol ilumina el cielo gris, y las calles otrora aristocráticas son transitadas hoy por todas las sangres. Murmullos y risas sonorizan la jornada. En medio del bullicio un joven se abre paso rumbo a la cuadra 5, su nombre es Kevin. Él es invidente, pero conoce de memoria cada rincón de la vía. En sus temblorosas manos lleva un parlante y micrófono con los que se ubica frente a una conocida tienda por departamento, unas cuantas losetas son su lugar de trabajo 4 horas al día y 5 veces por semana.


Carreteras mojadas, nieblas heladas. El éxito noventero de Christian Meier paraliza a algunos transeúntes que comentan con emoción “que buena canción”, posiblemente evocando épocas donde las preocupaciones eran otras. Kevin, que bordea los 35 años marca el ritmo con una de sus manos y da unos brincos en un fallido intento por bailar. Aunque no puede ver a su audiencia, su sentido del oído intensificado le permite estar consciente de lo que pasa a su alrededor. Esboza una tímida sonrisa detrás de la que oculta su temor a perder su herramienta de trabajo más preciada, su voz. Esa con la que alimenta a su esposa y 2 hijas desde hace 5 años.


Kevin la ha tenido difícil, la oscuridad irrumpió en su vida cuando apenas era un adolescente de 16 años, aunque su destinó se marcó a los 12. Una tarde de verano se encontraba jugando con su primo Aaron en una piscina pública y lo retó a darse clavados con piruetas.


- ¿A ver quién puede darse el mejor clavado en la piscina?

- Ya a ver. Tu primero salta y después yo.

- ¡Anda miedoso! Yo salto primero, pero me pagas si yo gano o me das uno de tus carritos.

- ¿Y si yo gano que me vas a dar?


Esa inocente apuesta marcaría su destino. Al saltar a la piscina cayó de cabeza, en ese momento no fue al hospital. Decisión que lamentaría más adelante. Tiempo después la vista le empezó a fallar y dejó de ver con claridad. Muy tarde acudió al hospital, nadie hubiera presagiado que aquel accidente ocurrido 4 años atrás le ocasionaría un desprendimiento de retina. Era cuestión de tiempo, según el médico para que perdiera la vista por completo. Atrás quedarían los días de montar bicicleta y jugar fútbol con sus amigos en los arenales de Villa María. La vida dejo de ser como la conocía hasta entonces y pronto se sumió en la más profunda oscuridad.


En su vida adulta aprendió a valerse por sí mismo, a trasladarse por las poco inclusivas calles de Lima. Probó el amargo sabor de la indiferente. Luego de sentirse aislado, finalmente aceptó su condición. Formó una familia, con una amiga de la infancia. En uno de sus paseos por el variopinto Centro de Lima escuchó a un joven interpretando covers de José José, quedó anonadado con su voz. Su sorpresa fue mayor cuando se enteró gracias a su esposa que aquel cantante ambulante también era invidente. Inspirado por la audacia de aquel muchacho, Kevin se armó de valor y se convirtió en un cantante de jirón. Algunas veces acompañado por su esposa y otras por su propia cuenta.


El tiempo transcurrió desde aquella tímida primera presentación, cuando invadido por los nervios olvidaba las letras de las canciones que interpretaba a cambio de unas pocas monedas. Hoy sigue cantando como él mismo dice “hasta donde la voz le alcance”. Y es que como si el destino se ensañará con él, Kevin sufre de una afección en las cuerdas vocales y teme perder la voz, ya que no cuenta con los 3 mil soles para la operación. Aunque su lata de monedas amarrada a su parlante parezca pesada nunca es suficiente cuando se vive del arte callejero.


Mientras la vida sigue su curso, la noche cae en el histórico Centro de Lima. La gente pasa unas veces indiferente y otras sintiéndose generosas. Le entregan unas monedas, se alejan y siguen su camino, por su parte Kevin permanece allí con la esperanza de recibir buenas propinas mientras sigue entonando alegres melodías hasta donde la voz le alcance.








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